Atónita queda mi alma, mi ser total,
al observar el ocaso,
instantes postreros
del hoy que hasta allí me
trae.
Podría pensar con pesadumbre
en mi corazón
cómo terminan las cosas,
algunas cosas.
Podría divagar mi pensamiento
entre las luchas y los
momentos de paz
dentro de lo cual todo ocurre.
Podría pensar que soy el
observador único
de la maravilla de una puesta
de sol
que no solo presagia la noche
si no, más allá, un brillante
mañana con un alba
hermano del ocaso que enmarcan
la noche
así como sucede con el día.
Pero no soy el solitario
observador absorto.
Habrá, sabe Dios, cuántos con
la misma
sobrecogedora faena, llenos de
placer
por sentirse parte de la
natural maravilla
del ocaso que resulta de más esplendor
si situado estás en una playa
al oeste de mi Tierra.
Aunque pareciera que estoy
solo y que el mundo
comienza en el lugar en que he
puesto mis pies,
la realidad es otra; estoy
allí porque de algún otro lugar
hasta aquel bello paraje había
llegado.
Entonces hay dos mundos en lo
que a mí respecta;
uno el lugar de donde vine y
otro
la maravilla única y distinta
de aquel atardecer
que ante mí se despliega.
Y no es que pretendamos que
podemos dividir
el mundo nuestro en dos
partes, solo que de algún lugar
me allegué hasta una
espectacular manifestación
de la Naturaleza – regalo del
gran Universo
a mi pequeño ser y que
necesario fue
que hubiera un camino que me
llevara
hasta el mundo fugaz del ocaso
con su vistoso baile de un
colorido final.
Por aquel mismo camino
a casa tendré que regresar.
Ernesto Valentín, querido amigo, un poema universal excelentes versos, te felicito profundamente, Carmen Amaralis Vega livencia CAVO
ResponderEliminarBellos versos, como todo lo que escribes... Me transporté a los bellos atardeceres en el oeste de nuestra Islita y sí también, a tu descripción única del ocaso de la vida. Te quiero mucho!
ResponderEliminarMuy bien estructurado este trabajo literario. Viaje;observe y regresé detrás de ti con la lectura de este poema .
ResponderEliminarEddie Rodríguez