Lejano, cercano,
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en dónde te ubicas para
reconocerte,
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afuera, adentro, en dónde he de
buscarte,
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cuando lo más valioso de mí mismo
pregunta por ti;
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he visto con mis ojos análogos tus
rostros diversos,
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y siento haber perdido tus gestos
más puros
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las señas escondidas
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los guiños interiores,
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los espacios en donde las palabras
no sirven de nada;
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en dónde he recibido tus
semblantes,
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con qué he medido el alcance de
tus pesares,
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el de tus grandezas,
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el ritmo de un tiempo en nuestro
mundo.
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No sé;
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saber, sería como negarte,
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como esculpir lo que no tiene
forma,
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como detener el agua
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que sin la turbulencia de antaño
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vieja calma y brillante entre tus
brazos,
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aquellas extremidades que son como
remos y apoyo,
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regocijo circular
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incógnita luz tubular,
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inmejorable lugar para nosotros
tus ramas.
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Tú eres el tronco que no caíste,
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nosotros los brotes ya erguidos
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del árbol consistente y lúcido que
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herido o no,
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sigue viajando hasta el atardecer
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todos los días,
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iluminando las esquinas más
íntimas
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los espacios menos frecuentes,
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las imprudencias de nuestro
tiempo,
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las persistencia debilitada de las
pruebas,
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haciéndonos ajenos a la malignidad
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con tu bendición usual,
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tierna y convincente.
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Me alegro de no hallarte todavía,
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Me entusiasma saber que debo seguir
buscándote
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Mediante esta liturgia de la vida.
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