No tu mirar de anémona y
calvario
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ni el filo de amianto de tu
sombra:
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Tu acto, sí,
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de gatillo estremecido,
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de pistilo, de llama, abierto al
polen matutino.
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Que aúllen los perros blasfemias
electrizadas,
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que un cúmulo de fantasmas,
prosternados,
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agiten sus banderas desdentadas
en las nieblas;
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aquí hay un resplandor más rojo
que la sangre
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dormido entre las venas; allá
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un estertor furioso lamiendo en
silencio los párpados malignos.
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Vendavales de pelos en los conos
del alba
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agolpan los latidos, la palabra emplumada,
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el coro de alegrías venidero.
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Y hay un pueblo fornido metido en la médula
del grito,
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en la noche de aceite
acuchillado,
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que bebe la espesa saliva de la
muerte en pos de vida.
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Y esperaba por fusiles tu
presencia y la arenga,
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mordiendo
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los fuegos de los grillos a la luna.
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