La paz de las pequeñas cosas
me enamoró hace siglos.
Desde que soy apta para el recuerdo
fui aceptada en su modesto club.
El rito de iniciación era sencillo:
dar cobijo a la paz, llevarla dentro.
Militaba en filas mercenarias
y caí del caballo, como Pablo.
Mis heridas rencorosas
fueron sanando suavemente,
dejé de perseguir los fantasmas
de los macros
y las grandes magnitudes,
supe que no estaba en mi mano
dirigir palacios de Congresos,
ni modificar la traslación de la tierra.
Y compartí la fruta de la paz y la pasión,
olvidé las venganzas
y todo el dolor infligido
en anteriores contiendas.
Advertí que mi nuevo mundo
era humilde, minúsculo,
aunque, a su modo, también
utópico y poderoso,
que mis guerras
son las únicas
que yo puedo evitar
y en ese afán
volqué innumerables esfuerzos.
Y te aseguro que tuve que trabajar duro
y empeñarme a fondo
porque los trenes de la paz
tampoco esperan.
La paz de las pequeñas cosas
me enamoró hace siglos.
Gloria Nistal Escritora, fotógrafa y africanista