En el Comienzo del tiempo,
al ras de la bóveda del
cielo, el mismo polvo imploró:
Dadme la vida,
la piedad, fatum
de la arcilla
un ansia de infinito.
La desnudez de las
riberas del alma
que resplandecen sobre
abismos.
La magia glauca del
fuego
atabal centellante de
los bosques.
Dadme la compasión y el
llanto de la nube,
la piel oscura del
rostro de la noche
de álbicas pupilas.
El amor de la tierra en
sus húmedos claustros
cavernas y manantiales
cintos de flores y
frutos.
Dadme el delirio y la
cordura
Caos y
Luz.
¡Dadme la vida!
Y
Atardeció y amaneció el sexto día...
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