Posando la mirada
en los desechos de la vida, |
pedazos de
cristales en las manos, |
mugre entre los
dedos anillados |
y un puñado de
cenizas esparcidas en la espalda. |
Nunca hubo calma. |
Las tormentas
comenzaron en las madrugadas, |
remolinos sin
aliento en cada tarde. |
Nada le fue fácil. |
El agobio cargado a
pasos lentos |
en las fuentes
rojas del oscuro delirio. |
Nada le
ofrecieron, nada. |
Pero sabe que una
extraña presencia la resguarda. |
Sigue mirando el
suelo de los llantos contenidos. |
Supura en la mirada
soledades, |
Un gran deseo de
amar es su fuerte compañía, |
Pide a gritos
encontrar entre escombros las claves. |
Claves con las
llaves de un alma gemela |
que conozca de
vacíos y tinieblas. |
Un alma que ofrezca
la humedad de la dicha |
en esta soledad del
ser que la acompaña. |
Cuando ese milagro
ocurra |
será entonces que
agradezca |
la presencia de su Ángel de la
Guarda. |
Carmen querida, tú siempre echando a volar esas musas con frases y palabras que tanto dicen llegas al fondo del conocimiento real, verdadero.
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