Nadie cree que conoció al arcángel
que lo vio
tras un claro de luna
envuelto en
sedas
en verbos
y prístinos
vuelos.
Ríen del
Profeta
de sus
dolidos afanes
de su
"crean en su blanca figura
en su mensajera
palabra
en su
rostro lampiño".
Y ya
solitario,
bajo el
cielo rojo azulado,
tras el
murmullo de las razones
sólo el
profeta ensimismado
percibe más
allá de la lejana duna
el áureo
batir de las alas
del Heraldo
del Claro de Luna.
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