Te vas al fin, Envidia.
Me dejas, Miedo.
Escribes, Espera, en los muebles, en las paredes
dormidas que mañana ya no me esperarás.
Está muy bien.
Márchense.
Pueden ser ahora perfectas o tullidas.
Gánense la suerte que no les concedí.
Por mí llegaron desnudas a sus fiestas
destilaron todos los venenos
equivocaron sus primeras lealtades.
En la historia de la doncella y el dragón
no las dejé ser ni la doncella
ni el dragón.
Conmigo abordaron un barco que jamás divisó
el Cabo de Hornos
y si naufragaron no me importó
y si sobrevivieron y se casaron después
y criaron hijas
e hijos
ya no lo recuerdo.
Te envidio, Envidia, por partir.
Me despido, Miedo.
Desdoblo, Espera, por ti de labios y ceniza
un pañuelo.
Adiós, infortunadas.
Les regalo un diente
a cada una,
solo así puedo agradecer los poemas
que me dejaron escribir.
Ahora llévenlos con ustedes,
Léanlos en todos los mercados, en los desiertos,
en los cuartos cerrados con nieve
de hospital.
Díganlos en los huecos de los árboles
como un secreto terrible.
Repítanlos en las voladas caravanas, en las cocinas,
en las aguas del río interminable.
Está muy bien.
Adiós.
Márchense ya.
Las recordaré como a tres novias.
Que afuera sus asnos no revienten
ni ardan sus vellones,
que la luz no las aterre,
que el aire no les falte.
(de Lejos de todas
partes)
GRAN POEMA
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