Clamo a las estrellas
aliento de los bostezos de los dioses
que premien con alas
a mi vieja guitarra.
La soledad, cuando me vaya,
será tan fría y enfermiza para ella,
no tanto por mi ausencia,
sí por la larga soledad
con que se premian los acordes
que aún sin salir de una garganta
tienen tanto de celestial y de esencia.
De ser posible una respuesta
y a su vez una complacencia
a mi sincero ruego,
entonces mi guitarra podrá volar
y toparse con topacios y armonías
que almas buenas fueron
tal vez hasta con la mía.
Si de las ocurrencias de los dioses
surge un reencuentro
de mi guitarra vieja y mi alma más aún,
mi regocijo será gratificación de cada día.
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