No
pronuncie entre los médanos el silencio de la vida nueva,
las
espigas lejanas respiran de las sombras en pensamientos alados,
al
perderse en un húmedo parpadeo el final de un buen libro.
No
hable aún de ella, por respeto a los vaivenes
de
surcos encerados en oro líquido volcánico,
pues
en la cúspide baldía su presencia indomable está escribiéndose.
No,
silencio.
Déjeme
respirar la cítrica vigilia enmelada,
sorprender
al amanecer cada tecla, cada letra apasionada,
dictada
en una mirada, luz menguante y ella.
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