Fuimos lumbre alimentada
por sarmientos de la vida
y tan sólo somos ahora,
las cenizas que dejaron.
Fuimos volumen y cumbre
de una montaña
y ahora somos un perfil
en un horizonte lejano,
perdido y difuminado
entre la bruma opaca.
Fuimos la mar con ímpetu de ola
y ahora somos en sus aguas,
un débil reflejo de luna.
Fuimos la gracia y plenitud
de una sonrisa alocada
y ahora somos la tristeza
en una boca que finge diáfana.
Tal vez hable un idioma extraño
que sólo lo comprenda
la mente de un niño anciano.
O aquel otro que el amor
le brama en las noches solitarias
y la boca la sella
para no nombrar palabra.
Un amor que mira a través
del quicio de la ventana
y contempla el agua
y el extraño fruto,
la uva que madura lenta
cada mañana
y los ojos que todo lo ven
y todo lo acarician
sepan ir más allá de la propia fábula.
Así, podremos robarle al sol
sus estelas doradas
para calmar nuestras ansias.
C.ROMÁN ( © Derechos Reservados )
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