Queda el silencio sumido
dentro la quietud matinal, nadie
aún desmadeja el cúmulo siquiera,
un leve ademán de caminante cotidiano,
de soñador breve en la noche ampulosa.
Todavía cuidadosa la lejanía
no da riendas sueltas a su desnudez
arremolinándolo entre penumbras procura
que todo siga vasallo en lo tétrico,
para no mostrar la palidez de sus piedras.
Difuso y cada vez imponiendo
su
majestad la montaña declina
su perfil diciendo hasta acá no más,
quédate junto a tu río, a tu árbol, a tu casa,
porque mañana despertarás lejano.
Y no sea taladro implacable, el silencio
de tu soledad al precipitarse brutal
sobre tus hombros otro adobe de barro
aún no cuajado en la horma exacta que pueda
resistir la verticalidad de tu muro.
No, nunca perturbes ni con lamentos
o aullidos a la calma, esparciéndose está
después del derrumbe inusitado del día,
sereno el latir de tu mirada sobre lo que fue,
ya no vuelvas a regar a
los escombros, ya no.
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