Son trasparentes,
no les notamos,
como si no existieran.
No queremos ver sus llagas.
Sale de sus grietas el pus de nuestro desprecio.
Escoria, afean nuestras calles.
No los queremos ver.
Nos recuerdan lo que somos:
Sepulcros blanqueados.
Allí donde colocamos una flor en la solapa,
Allí mismo, debajo de ese supuesta belleza
se esconde el repudio,
el asco que nos causan.
Sabemos que es nuestra culpa,
Nuestra responsabilidad.
Pero el egoísmo cubre nuestra miseria interior.
y no les vemos.
Son trasparentes en su indigencia,
en sus vicios, en su hambre.
Pero están ahí.
Todos los días ahí para recordarnos
nuestra propia miseria,
Miseria de otra clase,
con rosas y perfume,
pero miseria al fin.
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