Esparzamos incienso
Sobre
los cadáveres
De
las flores.
Y
repartamos pan
Y
vino a los supervivientes.
La
tierra se contrajo
En un
espasmo
Y los
relojes se han hundido
En el
arenal, lejos
De la
orilla.
Nos
hablaron
De
pandemias,
De un
dolor premeditado
Y
nada humilde,
De
una vanidad contagiosa.
Sigo
la pista de los surcos
-algunos
me consideran
Fugitiva,
otros
Admiran
la
Destreza
con que
Arranco
las alas
De la
incertidumbre-
Arrojaron
los libros
A la
hoguera
Y el
humo ya es solo
Una
partitura
De
cenizas que empuja
La
retina hasta volarla.
El
destino, decía un niño
Demasiado
adulto,
Es
una línea ilegible
En la
palma
De la
mano.
Otro
niño
Esperaba
que
El
espliego floreciera
Y nos
diera claves
Para
entender
La
vida.
Pero
solo llegaba
Un
aroma en diferido,
Mezclado
con alcanfor,
Y un
álbum de fotos
Sin
fotos.
Embriagada
por la
Plenitud
de desaparecer
Pongo
un pie
En el
punto en que
Los
pájaros arrecian
Y el
viento sofoca.
Nosotros,
tan inciertos,
Superamos
tantas
Cosas,
pero fuimos
Incapaces
de
Comprender.
Y
perdonar.
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