Quien hubiera sido Clavijo
entregando en Samarcanda
la embajada a Tamerlán,
el gran emperador de las
estepas.
Quién hubiera sido Cortés
escribiendo en días
tropicales
las cartas de relación
a Carlos,
el emperador de la
cristiandad.
Quién hubiera sido Mary
Kingsley,
la que vivió amables
noches
en casa del gobernador,
esa hacienda que yo visité
siglo y medio después
en los intrincados
dominios de la selva.
Quién hubiera sido
mi admirado Kapuscinski
descifrando un continente
en noches de marfil y
ébano,
esas noches que también me
envolvieron
y fui a contarle en su
parque polaco
apenas un año después de
su muerte.
Pero fui Gloria
y sólo descubrí nuevos mundos
para mis ojos,
aunque quisiera también
desvelar velos
y develar universos
paralelos,
para que otros, mayores,
mujeres como yo,
se atrevieran a volar
y a cruzar océanos,
y se negaran a arrinconar
sueños
y se negaran, después,
a dar por soñado lo
vivido.
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