Pudiera fumarme otro cigarro, y,
medio escondido, esperar tu llegada.
Subiré despacio las quejosas escaleras...
desde el desván veré mejor tu camino,
tu llegada.
Ya imagino las correrías
los sudores
las idas y venidas del policía
del forense.
Ya escucho los ayes de las vecinas,
que no creerán lo ocurrido.
Pero nadie tendrá ninguna duda:
habré sido yo,
salvo la opinión de un tonto,
que especulará una estúpida versión.
Todo ya está oscuro,
te acercas...
El mango de mi cuchillo está meloso
de ansiedad.
Más se parece a un microcuento, narrado con la estructura de un poema, pero sin poesía.
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