Ódiame.
Ódiame cuando quieras no hacerlo,
cuando creas olvidarlo.
¡Que me odies te digo! No por piedad,
ni porque te lo pido,
sino por convicción y porque te lo
ordeno.
Ódiame desde el cercano horizonte de tu
mirada liquida
desde el recuerdo silente de tus
palabras almíbar,
nunca olvides odiarme antes y después
de odiar,
cuando
desfigure mis orillas perfilando las tuyas
aun, sabiéndote etérea y volátil
cuando descubras en mí los apetitos que
ansías.
¡Que me odies te repito!
Desde el púrpura de tu pecho fascinado
ébano
o marfil, mármol o cristal, por instinto,
ódiame veintitrés horas de tu día lunar
y,
en el instante perpetuo de extenderte
mi diestra
entiendas que te odio tanto como tú lo
haces,
e inerme da al fin el paso que te
separa de mí
y con anhelo constante… AMAME.
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