viernes, 29 de mayo de 2015

VI. por Miguel Antonio Morales



Lejano, cercano,
en dónde te ubicas para reconocerte,
afuera, adentro, en dónde he de buscarte,
cuando lo más valioso de mí mismo pregunta por ti;
he visto con mis ojos análogos tus rostros diversos,
y siento haber perdido tus gestos más puros
las señas escondidas
los guiños interiores,
los espacios en donde las palabras no sirven de nada;
en dónde he recibido tus semblantes,
con qué he medido el alcance de tus pesares,
el de tus grandezas,
el ritmo de un tiempo en nuestro mundo.

No sé;
saber, sería como negarte,
como esculpir lo que no tiene forma,
como detener el agua
que sin la turbulencia de antaño
vieja calma y brillante entre tus brazos,
aquellas extremidades que son como remos y apoyo,
regocijo circular
incógnita luz tubular,
inmejorable lugar para nosotros tus ramas.

Tú eres el tronco que no caíste,
nosotros los brotes ya erguidos
del árbol consistente y lúcido que
herido o no,
sigue viajando hasta el atardecer
todos los días,
iluminando las esquinas más íntimas
los espacios menos frecuentes,
las imprudencias de nuestro tiempo,
las persistencia debilitada de las pruebas,
haciéndonos ajenos a la malignidad
con tu bendición usual,
tierna y convincente.

Me alegro de no hallarte todavía,
 Me entusiasma saber que debo seguir buscándote
Mediante esta liturgia de la vida.


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