Para Enrique Manuel, en el 84
La mano de
mi hijo corre por el césped blanco
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de la página
inmaculada de su cuaderno
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y una sombra
añil cae sobre las tablas de aritmética
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liberando
los fantasmas de los logaritmos
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el pánico infantil
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de las
preguntas. Esa mano con las uñas recortadas
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a golpes de
pelota y sucias por la grama que arrancó
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al querer
atrapar estrellas entre las azaleas
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está
avanzando entre números
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derribando problemas
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abriéndose paso
entre las interrogantes
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y un pájaro
se detiene en la ventana
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observa al niño
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ajetreado
sobre sus planas
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canta y le sopla el flequillo
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caído sobre
el cuaderno abierto
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pero el niño
no escucha la copla
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coge su lapicero
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los ojos
fijos en el ejercicio. “La señora Ana
vende conejos.
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El lunes vendió 21, el martes 19.
¿Cuántos conejos
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vendió la señora Ana?”.
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Entre trinos
y gorgojeos el niño se sobresalta
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golpea la
mesa con el puño
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vuela el pájaro
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los conejos
escapan y él – tranquilamente – regresa
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a sacar la
cuenta:
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“40 conejos y 1 pájaro en la ventana”
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amaneciendo
impresos en la pared empapelada del cuarto
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en el cielo
claro de la mañana
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como un
disparo de lápiz
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