Cuánta falta me hacen mis hermanos
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sus brazos enlazados a la luz de la luna
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izada como una vieja bandera de recuerdos,
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pero no sabía que habían muerto.
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Sólo me ausenté en el breve instante en que caían las piedras desde el
cielo,
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no quería hacerlo, y menos al ver a mamá dormitando en su albina
escalera,
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-la cama de mi padre sepultada entre flores y azucenas-
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mamatía cerrando las puertas que dan al cielo, en este día extraño,
moribundo.
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Y ya ven. Todo pasó sin que nos diéramos cuenta.
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Los he llamado dulcemente por sus nombres, pero no vienen,
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ni dejan siquiera tocar sus alas de plumas saladas
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ni el viento mojado de la playa me los trae hasta ahora.
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Ayer estábamos saltando aquellos muros, los cuatro juntitos,
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como cuatro veleros nocturnos que se alejan;
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y todo era risa en el trino del misterioso eucalipto de la casa,
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todo era azul.
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Y ahora sangre.
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