El sonido de la
cerradura
clava agujas en
su cerebro.
Los pasos
marciales
retumban en su
estómago,
cobijo del
terror.
Los ventarrones
que anuncian lluvia,
transportan
palabras sueltas de ira,
venganza
susurrada
en el cuarto de
al lado.
En el imponente
comedor
la cena se
traga en mudo.
Se escucha solo
el hablar
de los viejos
muebles;
sus crujidos
cuentan
lo que nadie
sabe.
En su cama
las sábanas se
mojan de miedo;
la tibia
humedad
cobija su
cuerpo de niña.
Una mueca
inexpresiva
oculta su
atávico terror.
El tiempo se
desliza sin reserva
en su cuerpo.
La sombra de su
padre
no se movió de aquel lugar.
Nada ha
cambiado
en esa casa
a pesar de los
tiempos recorridos
las plegarias
oradas
los caminos
peregrinados
los amantes
desamados
los amigos
fieles
los hijos
paridos.
Los objetos conservan la energía de quienes los tocaron y nos traen recuerdos sensoriales de fragancias, texturas, volúmenes, sabores acústicos de quienes se fueron pero, siguen estando.
ResponderEliminarMe agrada tu poema. Abrazos.