Cómo he quedado sin tus manos
echado
en la orilla del mar
en esta hora tan larga y transparente
en la que todas las gaviotas duermen
y los
áureos cangrejos buscan presurosos
el
refugio lejano del silencio.
Una
lágrima rosada veo caer
de tu
amorosa inquietud hasta mi aliento.
Es que
estoy con frío en esta noche
en que la playa resuena tu ausencia
en el
oleaje. Con frío y triste, tú lo sabes.
Y por
eso llegas hasta mí
con el
cano reflejo de la luna
y echas tus brazos sobre mí
como
anclas de vida interminable,
pero
no puedo tocarte,
apenas
navegar en tus ojos
sin
rumbo, sin velas, sin navío.
¿Cuándo
acabará esta oscuridad
en la
que yago, la arena infinita que me cubre,
la húmeda brisa tan salada?
Quédate
conmigo
aunque
el mar
nos
moje el impalpable velo
con su
filo eburno de espumosa lava.
No te
vayas ahora
que en el cárdeno confín ya se distingue
la nave invencible de tus manos.
Mamá
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