Es la tarde y yo
camino contigo prendido del pulgar hasta el gabinete que siempre está cerrado.
Te miro flotando en
el mandil: contando los matraces, las chispas, las probetas: arrancando
extrañas flores de láudano y mercurio: removiendo las nieblas que alargan sus
manos desesperadas, los olores imposibles, los órganos que duermen aprisionados
en los vidrios. Y arriba, en el anaquel más alto y escondido, ese único frasco
entre los frascos lleno de un líquido azul que no puedo dejar de mirar.
Esta noche, cuando
todos estén dormidos, una voz desde el sueño me dirá: bebe del frasco del
aliento.
Será un llamado o un
destino. Yo robaré las llaves. Avanzaré por la casa crecida en la oscuridad
siguiendo unas palabras azules.
En el gabinete,
atravesado de flores y de manos de niebla, un resplandor me estará aguardando
con sus labios de vidrio entreabiertos.
De
"Retratos de un caído resplandor".
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