Quién diría, que el hogar con su ex trépido
vivir, lleva una melodía pasiva airosa de su flujo refulgente y lucífero para
con su umbral, congraciando a los camineros dentro de él, en un hogar cálido,
con su álgido piso por donde transitan los palpitantes residentes, con el andar
del prosigo abolengo, en su gran morada de ámbito circundo [...] ¡Alumbra el
vivir!
Este abrigo, dado por el lar, es el impulso de
calor generado en uno, como una reacción
de fuego profundo, cual llama
vivaz en su excelso candelabro e imponente brillo.
¡Qué aroma puro y fragante se genera en un hogar
sereno y placentero!, como una flor con sus pétalos perfumados y sus pistilos
elevándose con enérgico vigor.
Esta subyugante estadía que es compartida
por sus seres queridos, empiece del
hogar oneroso contra el liliputiense hogar, nos lleva a un despliegue entre
ambos en una diferencia fútil… ¡favor vano en sí!
Tanto que el asir, decae al alejarse el
aliento fraterno, infiero y arguyo de la
familia, en pleno desazón tal arraso del alma perdida en el entorno de su nido.
Y se tiene una gran congoja, al no sentir los
pasos ni el aliento que generaban sus existentes cuerpos, ¿dónde está esa
compañía perdida?, para buscarla entre los aciagos de mi soñar.
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