martes, 26 de agosto de 2014

EL HOGAR Y SU COMPAÑÍA PERDIDA por Beto Iturrizaga

Quién diría, que el hogar con su ex trépido vivir, lleva una melodía pasiva airosa de su flujo refulgente y lucífero para con su umbral, congraciando a los camineros dentro de él, en un hogar cálido, con su álgido piso por donde transitan los palpitantes residentes, con el andar del prosigo abolengo, en su gran morada de ámbito circundo [...] ¡Alumbra el vivir!

Este abrigo, dado por el lar, es el impulso de calor generado en uno, como una reacción  de fuego profundo, cual  llama vivaz en su excelso candelabro e imponente brillo.

¡Qué aroma puro y fragante se genera en un hogar sereno y placentero!, como una flor con sus pétalos perfumados y sus pistilos elevándose con enérgico vigor.

Esta subyugante estadía que es compartida por  sus seres queridos, empiece del hogar oneroso contra el liliputiense hogar, nos lleva a un despliegue entre ambos en una diferencia fútil… ¡favor vano en sí!

Tanto que el asir, decae al alejarse el aliento  fraterno, infiero y arguyo de la familia, en pleno desazón tal arraso del alma perdida en el entorno de su nido.

Y se tiene una gran congoja, al no sentir los pasos ni el aliento que generaban sus existentes cuerpos, ¿dónde está esa compañía perdida?, para buscarla entre los aciagos de mi soñar.


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