El
animal salvaje, menos salvaje ahora agacha
su
cabeza en mis palmas.
En momentos
de vigilia, casi somnoliento, se
olvida
de las preocupaciones, cierra los ojos
relajando
las orejas puntiagudas.
Su
pequeño corazón no se sobresalta más
frente
a
cualquier crujido de hojas, cayendo abajo el frio
y
la lluvia.
Pasamos
juntos un tiempo, como una eternidad
cuando
todas las cosas se pronuncian tras los latidas
del corazón.
Luego,
sacudiéndose como frente a una descarga
él
sale moviendo su cuerpo, deslizándose a lo largo
y a
lo ancho del camino.
El otoño lo atrapa sin dejar rastros.
Traducción
de Luis Raúl Calvo
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