Con qué facilidad me reflejé
en la sombra
Con ese agrado de sentirme
como una fumarola
Sin rostro, sin identidad
E imaginar el alcance
infinito de la bruma
La niebla sagrada,
acogedora, deificada,
El velo obligándome a
regresar a mi nombre
A mi soledad incógnita y
febril
Dónde aparezco más humano
que nunca
Menos yo que nunca y más El
que nunca.
Viajé por la rivera de un
río tierno
Dónde los pájaros escuchan
el canto de las gotas del río,
Y supe que el sufrimiento
diluía la amargura
Y sanaba la piedad
entumecida y la constancia de la risa.
Toda la existencia es
indómita,
Los rostros son caricaturas
tiernas
Los pasadores son livianas
hiedras que atan la cordura al alma
Para que no vuele al amanecer
impronta hacia el rubor del sol.
Tengo ya el sabor de haberme
ido,
De trepar el lomo del
caballo galáctico que apaga la vida
Y nos avienta en el cosmos
como una estrella fugaz;
La alegría tiembla, la
muerte no perece
El universo es genial
El cosmos nunca llora, la
pena es sólo de éste yo
Diminuto y joven, que sueña
a escondidas con saber
Pretendiendo, pretendiendo al Ser.
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