lunes, 4 de abril de 2016

Planta por Flavia Cosma


Disfrazado
-debajo de las copas doradas de los árboles
tristes del otoño-
el adoquinado
es igual de dañoso para la salud,
para los huesos, la sangre, la carne.

El camino nos lleva afuera
debajo de las miradas ardientes
de los jóvenes porteros
quienes tratan de comprender el sentido de la pasión
y juzgan todo por la altura de sus veinte años de edad.

No importa ahora, dos pasos más allá comienza la calle
el ruido, los semáforos, las personas disfrazadas, apuradas,
flechas indicando el camino hacia el aeropuerto, la liberación.

El cuerpo transformado en algo gelatinoso, virtual
yace inmóvil sobre el asfalto 
impide la circulación habitual, rodeado por coches y sirenas
por gritos histéricos.

El hospital que está  solo a dos pasos de distancia
seguramente tiene también un depósito de cadáveres;
la policía, los bomberos, las ambulancias
casi  se me olvidaba que
la calle tiene sólo sentido único.
La cinta amarilla se mece debajo, junto a la lluvia de hojas
desde el cielo y para el resto, hay sólo un mar de indiferencia.

En la proximidad, el océano
arroja una y otra vez en la orilla
cascos que no tuvieron su lugar
en la honda profundidad



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