Disfrazado
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-debajo de las copas doradas de
los árboles
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tristes del otoño-
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el adoquinado
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es igual de dañoso para la salud,
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para los huesos, la sangre, la
carne.
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El camino nos lleva afuera
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debajo de las miradas ardientes
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de los jóvenes porteros
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quienes tratan de comprender el
sentido de la pasión
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y juzgan todo por la altura de
sus veinte años de edad.
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No importa ahora, dos pasos más
allá comienza la calle
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el ruido, los semáforos, las
personas disfrazadas, apuradas,
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flechas indicando el camino hacia
el aeropuerto, la liberación.
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El cuerpo transformado en algo
gelatinoso, virtual
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yace inmóvil sobre el
asfalto
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impide la circulación
habitual, rodeado por coches y sirenas
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por gritos histéricos.
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El hospital que está solo a
dos pasos de distancia
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seguramente tiene también un
depósito de cadáveres;
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la policía, los bomberos, las
ambulancias
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casi se me olvidaba que
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la calle tiene sólo sentido
único.
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La cinta amarilla se mece debajo,
junto a la lluvia de hojas
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desde el cielo y para el resto,
hay sólo un mar de indiferencia.
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En la proximidad, el océano
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arroja una y otra vez en la
orilla
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cascos que no tuvieron su lugar
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en la honda profundidad
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Muchisimas gracias estimado Ruben
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