Ocho de marzo, 2024
y algunas
mujeres siguen
en sus
rincones,
tapándose la
cabeza con los brazos,
asustadas,
como alimañas
perseguidas,
llenas de
heridas.
Viví en
África un lustro,
estuve en
África cien veces.
Un día fui la
única mujer blanca
en las
remotas tribus del valle del Omo.
Allí
presencié
tradiciones
ancestrales,
allí las
mujeres reclamaban latigazos
que dejaban
su espalda deshilachada
entre surcos
rojos
y esa
competición de sangre
era el
talismán que el varón necesitaba
para salir
airoso en sus ritos de hombres.
Poligamia,
ablación, veladuras,
sombras en
negro
que aprenden
a caminar
entre
celosías incapacitantes,
a unos pasos
de quien ostenta el poder
de tomar las
decisiones.
Anulación, anulación
minusvalías que
se graban a fuego
en la propia mente
de las mujeres
hasta
convencerse de sus incapacidades,
de su
necesidad de dependencia y protección.
Ciudadanas de
segunda
que viven con
permiso de sus hombres,
padres,
maridos,
hijos a los que
alojaron en su vientre
y ella mismas
moldearon para ser sometidas.
¿Y qué está
en mi mano
de espectadora
de lujo?
Mirar, solo
mirar,
ser testigo
horrorizado y silencioso.
Ocho de
marzo, 2024,
tantas
responsabilidades,
tanto por
hacer.
Este día, sin
duda alguna,
y para mi
pesar,
Sigue siendo
necesario.