Mujeres lascivas, con
cabellos teñidos de violeta
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y piernas abiertas
desmesuradamente
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todo lo saben,
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se quedan en la sombra de
los gatos,
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detrás de las sucias
cortinas.
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Sobre sus rostros surge
una sonrisa obscena,
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descubriendo los dientes
ennegrecidos por ajenjo;
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alargadas sobre colchones
de pajas usadas,
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indiferentes, las mujeres
esperan algo.
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No comprendiendo más, me
dejo llevar
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por ritmos extranjeros,
bárbaros.
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Una parte de mi alma
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se agarra de las faldas de
la brisa,
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los anhelados palacios,
con sus altas puertas,
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se pierden en la lejanía.
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Las arañas pintadas
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-como buenas devotas-
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llevan el signo de la cruz
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en sus espaldas,
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y trenzan sus
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mechones transparentes
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a través del aire estival.
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Los duendes del bosque,
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diáfanos seres
superficiales,
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ríen para siempre y
gritan.
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Se encadenan salvajemente
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en acogedoras cavidades.
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En “El barrio Latino”
traducción de Luis Raúl Calvo.
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