No
como cualquier día, hoy
a
la orilla singular del vaivén
incesante
de los años a insistente
aflicción
devano adolorido las charcas
sorteadas
en esta arisca ladera.
Con
la candidez de piedra preciosa
mi
madre espiga y granza luminosa
cuida
mis pasos como el día aquel
cuando
vencido por los maderos de la mesa
no
pude alcanzar la bandeja de las hostias.
Ya
arrancado el cerro verde olivo del terruño
la
infinita pureza azul de su firmamento
aquella
calle ancha fue burilando todo
abrupto
o disparejo otero desde donde
la
belleza se tornaría clorofila de existencia.
Y
los arteros golpes de mudos carceleros
nunca
tardaron en desatar su furia
ignoraban
que la discriminación dialéctica
de
todo cuanto existe había calado hasta el origen
y
sustrato de negación infinita de la muerte y la vida.
Hoy,
pese al maltrecho espigón y rada
donde
recalaron todo desencanto, puedo
confesar
que dentro la banalidad e
insignificancia
de
una piedra tirada en el camino, hallé ternura
total
y sabia, ajena al espanto de la indolencia.
0 comentarios :
Publicar un comentario