viernes, 19 de junio de 2015

CABALLO BAYO por Hildebrando Pérez Grande


Los caballos se cansan
De galopar Sobre tierra sombría.
 De comer manzanas, azúcar
Y alguna rala ración
De hojas de hierba.
Los caballos se cansan
De volar
 Por valles oxidados,
 Páramos inhóspitos, paisajes
Montaraces.
Secretamente
 Anhelan
Algún derby glamoroso,
Tal vez una pasarela victoriosa,
 Y no fiambre y no fiebre y no fuete.
Ah, los caballos. Los solitarios,
Los buenos para nada. Esas
Mulas insufribles.
 De rato en rato
Beben en abrevaderos
Amables, extraviados
En tardes para el olvido.
Beben para calmar sus ansias
Y apagar la sed
Que les quema el pellejo
Cuarteado
Por el sol
Y alguna mano bruta.
Sólo
Las yeguas
 Descifran los relinchos y los golpes
Que al aire sueltan
Para aplacar
Sus furias y sus penas.
Sólo las caballinas, las cavillacas.
Ay, mi torpe lenguaje Caballuno.
Sólo Ellas les regalan
 La dicha Infinita de caracolear
Bajo las ramas
De aquellos huarangos marchitos,
Que sin preguntarles sus nombres
Ni dónde vienen ni para dónde van,
Les abren las puertas
De la eternidad
Que dura apenas más que un relincho
Espumoso,
Como las olas de la mar.
 Fieles
A su doctrina
No son corceles divinos,
 Ni bereberes criollos.
Pero
Sí, amantes incurables.

Inútil
Trote, compañero, inútil
Tu cantar. Tarde
 O Temprano,
La muerte
 Acabará
Contigo
A caballazo limpio.
A quema hueso.
A mata sueño. ¡
¡A caballar! ¡A caballar! ¡A caballar!




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