Buscábamos
la mentira de
la cordura
en nuestras
mentes.
Inventábamos
senderos
intransitables.
La risa
irreverente
pisadas
descalzas
en la noche
cómplice.
En el escenario
te liberaste
de los
monstruos
con los
aplausos
de los que te
amaron.
A mí me liberó
contemplar el
almácigo.
Creció en la
tierra que
calmó mi miedo.
Nos sanaron
la sombra del
Huandoy,
los niños de
cachetes
enrojecidos por
el frio,
el viejo don
Miguel,
y la milenaria
herencia andina.
Tus cenizas
están regadas
en lugares que
amaste ,
tierra fértil
para una moringa
Están en el
viento que acaricia
y en aquella
que mira tu casa.
Hay un lugar a
tu lado. Para mí.
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