El tiempo transcurre
inexorable.
Un solsticio de verano
repetido
una docena de veces, tal
vez,
desde que un alma
desprendió de sí
una miríada de mariposas de
amor
buscando éstas, un espacio
vacío
en otra alma, lugar de
vivencia.
Colisión, temblor;
aguas locas en crecido río
desbocado en consecuencias.
Dolor, salitral, sabor
salino.
Desfases de circunstancias.
El lance de la saeta
y el blanco de destino
sumidos vibraban sin
coincidencias;
en el éter quedó todo;
mariposas de amor,
esperanzas, caminos…
El amor propone, la vida
dispone.
Allá iría ella con su
pescadora red
que atrapa mariposas que se
fugan del alma
para volverlas a su lugar
natal
o liberarlas en otra playa
para calmar su sed.
Vida y tiempo campos
infinitos son
para soltar de nuevo las
mismas mariposas
sin tener que volverlas a
atrapar.
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