A
veces, cuando la ciudad calla, me digo:
es
el preludio del caos,
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Entonces
recojo mis pasos,
restriego
las manos en las paredes
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sintiendo
los rugosos grumos de cemento para luego
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recordar
las manos de papá
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golpeteando
el cilindro rojo, volteando un balde
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diluyendo
la mezcla,
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Son
cosas que de un golpe se vienen cuando choco frontal
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la
nostalgia de un lejano abril
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bajo
las brumas que llegan hablándome de un mundo
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de
piedras y lodo
detrás
de las abras andinas…
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Tierra
arriba, el gran farallón, la planicie de maíz,
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los
cuadrantes de alfalfa,
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el
rumor de ovejas, los ladridos a caña hueca
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de
mis perros girando bajo las largas canillas
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de
mi inquieta cabalgadura y, de golpe,
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los
viejos armatostes azul naranja cruzando la calle
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con
esos rostros cansinos de lacrimales ojos
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con
tan vacíos sueños
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¿En
dónde los trinos de las calandrias
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el
vuelo del cóndor, la carrera de las vizcachas?
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Ya
no importa, corro unos metros, la acera se rompe
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bajo
mis pies,
de
un salto la lata,
los
escalones
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muchas
espaldas dobladas, unas monedas que ruedan
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manos
enjutas envueltas en la locura
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mientras
la ciudad gira estremecida por sus metales
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el
humo, las frituras y el silbato que nada cambia
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Allí
me he ido perdiendo sin mirar atrás
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nadie
me sigue en pos de aquella frontera
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en
que la mudez es un don incidental
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un
ser sin sonido ni palabras
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una
sombra que se pega al paredón…
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A
veces, cuando la ciudad calla,
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siento
que los vientos son ajenas ánimas que buscan
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decirme
cosas al oído para no dejarme morir
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mientras
el ruido crece
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royéndome
las entrañas, pero ello es tan solo,
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cuando
distante,
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la
ciudad calla…
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